9/3/09

LOS HIJOS





Si Dios te ha regalado un hijo….tiembla….porque no sólo debes ser su
padre, madre y su amigo, sino también su ejemplo.”

Una de las peores secuelas de la culpabilidad que nos atormenta hoy a la
mayoría de los padres, es que se han revertido los términos de nuestras
relaciones con los hijos.

Hasta donde recuerdo, los esfuerzos de mis papás estaban encaminados a
lograr que los respetáramos, obedeciéramos sus órdenes, tuviéramos buenos
modales y fuéramos estudiantes consagrados.

Es decir, su función no era complacernos sino educarnos. Agradarlos era
asunto nuestro, no suyo.

Mientras que hasta hace sólo un par de generaciones los niños hacían lo
posible por complacer a sus padres, hoy nosotros hacemos hasta lo
imposible por complacer a nuestros hijos…

Pareciera que los sentimientos de culpa nos hacen creer que, como siempre
hay algo en que nos hemos equivocado, no somos merecedores del amor de
nuestros hijos y por lo tanto tenemos que ganárnoslo.

Lo más grave de este fenómeno, es que desde el momento en que son los
hijos quienes nos otorgan su amor, y nosotros quienes tenemos que merecérnoslo,
son ellos quienes realmente tienen el poder en la familia.

Es por eso que hoy los niños son los que mandan y los padres los que
obedecemos, una situación sin precedentes en las generaciones anteriores.

Esta nueva posición de inferioridad paterna da lugar a ciertas actitudes
inconcebibles de los padres de hoy como, por ejemplo, el creciente interés
por ser los mejores amigos de nuestros hijos.

Lo peor es que el esfuerzo por ganar su amistad nos lleva a actuar como
aliados de nuestros hijos, por lo que estamos prestos a defenderlos ante
la autoridad, ante el colegio, ante los profesores, etc., es decir, ante todo
aquel que se atreva a contrariarlos.

Esto significa que, no sólo no les ponemos límites, sino que nos oponemos
a que otros lo hagan. Y lo que así se logra es que los hijos se conviertan
en personas irreverentes e irresponsables, que van por la vida exigiendo
derechos que no tienen y privilegios que no se merecen, pero siempre
sabiendo que sus papás los sacarán de cualquier problema en que se metan.

El amor de los hijos no se compra, y menos a base de convertirnos en sus
pares. El precio a pagar no puede ser colocarlos en el lugar que nos
corresponde como padres porque los dejaríamos como huérfanos.

Lo que realmente nos hará merecedores de su afecto y admiración, será la
dedicación, y que estemos al mando de sus vidas hasta que tengan la
madurez para hacerlo por sí mismos.

Esto significa que nuestra función no es subyugar a los hijos como en el
pasado, pero tampoco rendirnos a sus pies para que nos amen. Lo que
debemos hacer, es liderar su travesía inicial para que puedan, más adelante, ser
capitanes idóneos de sus propias vidas.

GELA MARULANDA
Educadora Familiar

1 comentario:

  1. Hola Paula! He pasado por tu espacio felicidades por tan hermosos nenes,además de las palabras de este post realmente ciertas, seguiré viniendo por aqui. Gracias por quedarte en mi espacio.
    Te mando un abrazo.

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